Laura Portigliatti

Brinkmann, Córdoba, Argentina, 1968

Estudia piano, dibujo y folclore en su infancia, hasta que encuentra el rumbo a través de las artes visuales, profesión que sostiene de manera comprometida a lo largo de los años.

En su formación hace cruces con filosofía y con escritura, esto gestará una relación estrecha entre lenguaje e imagen.

Su trabajo gira en torno a la problemática humana, la presencia de la figura y aún su ausencia, están siempre indicando la trama del universo que rodea a la misma, la complejidad del pensamiento, la agudeza de la emoción y el vacío.

Su proceso es transferencial, forma parte del recorrido de un camino de búsqueda permanente. Se define a sí misma como una “pintora caminante, de unos pies que piensan mientras avanzan”.

Mostró su obra de manera individual y colectiva, participó de ferias y bienales.

Poseen sus trabajos coleccionistas privados nacionales e internacionales.

Abrazos (El Camino - 05/2025)


A veces necesitamos del cuerpo para expresar lo que nos desborda por dentro.

Abrazar, como forma de entrega absoluta, incondicional, como símbolo de presencia, desconectando la mente y la mirada.

Todo se soluciona estrechando los cuerpos, envolviendo en ese gesto cual manto sanador. Mientras los omóplatos comienzan a sobresalir de la camiseta, el cuello se tuerce, los párpados caen, la sonrisa aflora y finalmente somos.

Abrazar es saber del otro que autentica nuestra propia existencia, reconciliarse con la alteridad, entender que nos necesitamos, que somos iguales en esencia.

Si la humanidad se abrazara más y mejor… que pasaría?

En contextos prehistóricos seguramente lo hacían para combatir el frío, para dormir acompañados, para calmar la mente u olvidar el hambre. Y nos fuimos apartando…

Intuyo que si pudiéramos abrazarnos entre todos, sin miedos, sin prejuicios, sin pensar en nuestras diferencias, sin duda el mundo sería un lugar mejor. Retener en ese abrazo a los que temen entregarse y hacerles saber que pueden confiar, que no hay valor de cambio en ese acto primigenio.

Si hubiera un banco de abrazos, solidarios, voluntarios, me gustaría estar allí, abrazando en silencio un rato largo al que buscara socorro; y luego irme a tomar una sopa caliente, que me abrace por dentro.

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La intensidad emocional de un gesto cotidiano puede mostrarnos el contraste entre la metáfora y lo posible.

El abrazo, como ritual reparador y como gesto político.

Un instante de intimidad que provoca el encuentro con un otro. Esa alteridad indefinida que nos invita a proyectar, en un guiño de entrega, la unión con nuestras propias sombras.

A quién abrazamos? Quién nos abraza?

El cubo como fragmentación que simboliza una sociedad atravesada por el individualismo.

El abrazo como acto de resistencia.

El vacío.

A quién abrazarías hoy si pudieras?

Texto en el vídeo


¿Y si la metáfora se volviera real?

Podríamos abrazar a nuestras propias sombras, proyectarlas, despertarlas, transformarlas en luz, escucharlas, contenerlas. ¿Porque… a quién abrazamos cuando abrazamos? El abrazo implica esperanza, abrigo, presencia. Se multiplica, nos hace sentir seguros, livianos, cobijados, nos zurce. Envolvemos en ese gesto a nuestros vacíos, somos puramente humanos. Lenta, pausadamente, nos transformamos. ¿Pero quiénes somos para quien nos abraza? La alteridad, una ausencia, un abrazo anterior que vuelve a ser. Otra incompletud. Fundirse en los brazos del otro, entregarnos, es todo lo que necesitamos como ritual reparador, nuestro acto de resistencia cotidiano.

La liviandad como poder (Residencia de Arte NAT - 04/2024)


Piso la arena cálida y escurridiza, una sensación placentera me repleta. Olas espumosas lamen mis pies cansados que esquivan su cosecha erosionada. Mis pasos van dejando huella, unas más profundas, otras más livianas que hieren levemente la superficie lavada. El mar siempre me reseteó, tiene el poder de tranquilizarme, de generar en mí esa revolución interior que tracciona y potencia.

Adentro de las cuevas me envuelve la oscuridad y un silencio húmedo sobre el suelo rugoso, algo maternal parece cobijarme, un desborde de emociones humedece mis ojos junto a la sensación de habitar un lugar conocido.

Me detengo frente a la obra de quienes fueron antes y reconozco como propia la necesidad de expresión, natural y genuina. Es la misma, somos iguales, somos lo mismo. Leo sus gestos, visualizo sus vidas y una marea poderosa vuelve a crecer dentro de mí, como cuando estuve junto al mar. La pureza de lo simple cobra fuerza, la liviandad como poder.

Percibo en este instante cristalino la insignificancia de nuestra pequeñez en este universo de estrellas, la trascendencia de cada acto que nos identifique como humanos, nuestra finitud y el valor de la horizontalidad. Me siento comunidad, vacíos milenarios son ahora un no-vacío.

Camino en ritual de contemplación: pájaros, flores, la silueta de un caballo recortándose en el perfil de la montaña, vacas y cabras pastando, las mismas nubes, el mismo sol, sonidos arrulladores, olor a cadencia infinita de espuma y sal.

Río, lloro, bailo, gozo, agradezco en íntima ceremonia.

Esta noche soy mi cueva, duermo profundamente, un sueño de años, y cuando despierto vuelvo a la arena para ver mis pasos desdibujados por el mar, esos pasos que no se borran del todo, que en algún tiempo sin rostro alguien pisará otra vez.

La liviandad como poder: Tapiz más Libro de artista

La Liviandad como Poder– Tapiz


Cada paso deja una huella que perdura, cada decisión, cada acto que nos identifica como humanos. Pequeños grafismos circunscriben el trayecto que une o separa esos hitos. Todo junto forma un recorrido incompleto, que aflorará y, en un tiempo sin rostro, será reconocido por otros caminantes. Las costuras gruesas, desprolijas, suturan las partes, las arrugas representan la trama, la imperfección nos constituye. Nuestra capacidad de despojarnos de lo superfluo y cohabitar conscientemente nos define.

La Liviandad como Poder - Libro de Artista

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Maternar  (Huellas - 07/2023)


MATERNAR no es una cuestión biológica, es una cuestión visceral.

Lo hacemos con el impulso con el que fuimos hijos y también con la carencia con la que no lo fuimos.

Abrazamos desde lo más profundo de nuestras entrañas, con pasión y con soberanía.

Pero no lo hacemos con los brazos solamente.

Abrazamos también con las piernas, con los dientes, con la mirada con la fuerza de nuestros músculos y con toda nuestra sabiduría.

Cuando el objeto de nuestro amor es amenazado, el mundo se quiebra.

El rugido nos ensordece, y estoicamente luchamos, contra quien sea.

Como sea.

Pero aún así, a veces no alcanza.

Su dolor nos horada, su vulnerabilidad nos perfora.

La incongruencia de lo impensado se hace presente para provocar la más oscura disnea.

Y si logramos, en un ardid certero, capear dignamente la tormenta, nunca juntaremos todas las piezas.

Una parte seguirá deambulando, acunando para siempre la vigilia y el olvido.

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