Julia Romano

Julia Romano

Julia Romano nació en 1978 en Carlos Pellegrini, Santa Fe, Argentina.

Es Profesora y Licenciada en Artes Plásticas con especialidad en Grabado de la Universidad Nacional de Córdoba.

Su investigación artística se centra en cuestionar y preguntarse sobre la forma que cada uno posee de reconocer y vivenciar el territorio que le rodea. Se ha interesado por el estudio del paisaje a lo largo de la historia del arte y reflexiona sobre la posibilidad de crear el propio paisaje a través de las historias personales.

Sus obras son collages digitales armados con imágenes fotográficas y pictóricas, dibujos a mano alzada y escaneos de libros de botánica. También desarrolla instalaciones donde recrea parte de su jardín a través de videos, fotografías, objetos, textos y sonido.

Ha participado en numerosas exposiciones, premios y ferias a nivel nacional e internacional y su obra forma parte de importantes colecciones públicas y privadas de Argentina y el exterior.

Vive junto a su familia en la localidad de La Calera, en las afueras de la ciudad de Córdoba, Argentina.

Jardines en la Mirada  (Huellas - 02/2023)


“Jardines en la mirada” es un video que cuenta la relación que tengo con el jardín de casa y el espacio que ocupa en mi vida. El jardín como ente todopoderoso que es en sí mismo presente, pasado y futuro y contenedor de atmósferas incalculables.

Esta obra es una oda.

Video con sonido

 5’22’’

Texto en el Vídeo


Jardines en la Mirada


Me paro en medio del jardín y lo observo con detenimiento. Mi mirada sobrevuela cada sector, el cantero de piedras con suculentas, azucenas y geranios, las dos macetas romanas sobre sus columnas acanaladas, el aromillo al que se han trepado 3 o 4 especies diferentes de enredaderas entonces ahora florece violeta, amarillo, rosado, el ceibo que ya no es más un retoño explotado de puntos rojos, el romero enorme también florecido, los limoneros rebosantes y el incipiente mandarino, el pequeño estanque junto al enano de jardín, los álamos frondosos meciéndose con el viento, los jazmines de leche que armaron una densa medianera vegetal, el rosal amarillo y el rosal rojo a punto de florecer, el clarín de guerra queriendo llegar hasta el balcón, la monstera maravillosa en la esquina del asador, la santa rita trepada hasta el cielo.

Al observar mi jardín me encuentro sumida en una experiencia de sensaciones contradictorias: Porque me hacen feliz la lluvia y lo que ella trae, los brotes nuevos, el verdor del pasto, los pimpollos, y cuando estoy frente a estas bellezas inmediatamente pienso en la amenaza de la sequía, los días de calor sofocante, el viento norte que reseca el alma. Nunca estoy segura de ser feliz o ya ponerme triste por lo que vendrá.

Quiero pensar en el privilegio que tengo de poseer un jardín que a pesar de esas inclemencias climáticas, crece y está más hermoso cada día. Pensar en los ciclos, en que las cosas cambian para transformarse, reproducirse, ser otra cosa. Lo que se pierde en esta temporada dará lugar al surgimiento de otras especies en la temporada siguiente. Y en ese ir y venir el jardín va construyendo su personalidad, su carácter único, es reflejo del territorio donde prospera, es reflejo mío que con tenacidad lo mantengo vivo.

Muchas veces pienso que el jardín soy yo. Ambos mutamos y cambiamos y a pesar del clima muchas veces adverso, continuamos brotando. El jardín se transforma a la par mía, se hace más fuerte y más sabio y se deprime y se pone gris pero luego reverdece; se llena de maleza y canas y también de tallos buenos, tiene espinas y arrugas y también sombra y frescor, es campo de batalla y también refugio, nido, consuelo, protección y amparo.

Mi jardín también son personas, es un entramado de especies constituyendo una constelación amorosa donde convergen recuerdos, momentos y vínculos. Fue construido principalmente a base de incesantes intercambios y pedidos, robos inocentes, búsquedas incipientes y viajes provechosos. Cada planta está clasificada de acuerdo a un inventario personal. Veo los álamos y el limonero y son Rodrigo, veo el ceibo y es Nati, la enredadera roja es el cumple de Simón, los lirios son Salta y Ana y su mamá, la monstera es Alta Gracia, Xime está en la uña de gato, la menta y la mostasilla. Jalo y Anita se reflejan en el pequeño estanque. El clarín de guerra son mama y papa. La alegría brasilera, Momo. Fines de semana en La Cumbre son la hiedra y el jazmín amarillo. En las crasas de la entrada veo a Matilde y en las salvias violetas y la pandurata a Ale y Agustín. Mariel está en el helecho y las achiras de flor roja y Silvina en el incienso verde y blanco. Una visita a casa de Norita es la enredadera verde brillante. La glisina es Yani y el juan sin ropa Ceci.

En el jardín puedo ver el paso del tiempo, la complejidad de las relaciones -humanas y naturales- el respeto, la paciencia, la impaciencia, la plaga, la ruina, la tragedia y de nuevo la esperanza, la lucha, la tenacidad, la espera, la conquista, la prosperidad, el crecimiento, el cambio, la transformación, la evolución.

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